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Braña y el tiempo.
Ante el paso del tiempo nos sentimos frágiles, encapsulados. Y resulta doloroso y desconcertante el carácter falible del accionar cotidiano. Porque el tiempo está ahí, inmune, esperándonos. Y en la continuidad de los acontecimientos y las coyunturas, el tiempo nos señala nuestros límites y acentúa nuestras incertidumbres. En esas cronologías también podemos destacar lo trascendente. Todo aquello que hace del curso de la historia un espacio extraordinario. Cada una de las variables que modifican las estructuras se configuran a través de los protagonistas. Los inolvidables, los genios inoxidables. Y en este transcurrir, nos encontramos hoy con la misión de escribir sobre Rodrigo Braña.
Al cumplirse el cuadragésimo aniversario de su nacimiento, nos remitimos de este modo a quien combina los atributos más asombrosos que pueden encontrarse en un deportista. La tarea de relatar sobre su accionar se convierte indefectiblemente en una sumatoria de particularidades superlativas. Y a decir verdad escribir acerca de la perfección, nos abre el espectro, nos facilita el relato, los espacios creativos y la emoción narrativa.
Un 7 de marzo pero de 1979, nacía Rodrigo Braña. Transitar en los aspectos de su vida de forma cronológica teniendo como prolegómeno la biografía de Randrup, no hace más que adicionar datos ya remitidos en esa obra de extrema exactitud y excelencia literaria. Por ello nos encontramos con dos limitaciones: las ya señaladas por destacados escritores y periodistas y en segundo lugar, los interminables adjetivos y emociones que despierta Braña en cada uno de los hinchas de Estudiantes de La Plata.
Quizás sobre Braña esté todo dicho. Nadie lo dice mejor que los propios simpatizantes. Y resulta particular escribir sobre alguien en donde nada es exagerado. Todo corresponde para engrandecer su figura. Resta muy poco para su retiro. Y solo pensar en ese acontecimiento, la incertidumbre nos empuja un poco más a ese universo injusto que encierra el tiempo. Porque nos damos cuenta del transcurrir del tiempo cuando observamos a un otro. En un otro vemos la finitud de lo que somos. En un contexto como el actual donde los minutos que sobrepasamos se convierten en conquistas, Braña refuerza el amor latente hacia todo aquello que nos rodea. Aunque suene paradójico, por jugadores como él somos mejores personas.
Los ídolos de Estudiantes y los valores que encierra nuestra Escuela nos convierten en mejores padres, mejores hijos, mejores amigos. Estudiantes es eso. Y Braña junto a otros tantos son responsables directos de buena parte de nuestra felicidad. Esa alegría que inexplicablemente sólo nos puede dar el fútbol. En ese entorno y a partir de nuestras posibilidades, Braña encierra todo aquello que quisiéramos para nuestros hijos: talentoso, trabajador, sacrificado, humilde, gracioso, responsable, solidario, docente. Y en esta enumeración, encontramos la esperanza, un horizonte.
Hoy saludamos a un jugador que nos hizo llorar de alegría. Y esto no puede ser inocente. Lloramos por muy pocas cosas. Por ello el tiempo más allá de su injusticia y sus límites, nos permite conocer personas como Rodrigo Braña. Muchos de nosotros encontramos en estos ídolos el relleno de nuestras falencias, de nuestras tristezas y debilidades. Y nos permite aplacar el miedo al futuro. Y así, abrazar a nuestros hijos, todos de rojo y blanco, en ese camino interminable hacia todo aquello que queremos ser.