Con el corazón de la gente en la tierra de los Mansilla


Por Gabriel López


Con el corazón de la gente en la tierra de los Mansilla.


Pisando los cincuenta entiendo que la historia se vuelve historia si es contada. Le quiero relatar la que viví junto a los Pincharratas en la definición de la Copa de la Liga, donde se dibujó en su escudo la estrella 13. Y después de tanto viaje, se ha vuelto hazaña afuera, en la gente que arrasó las localidades y pudo haber llenado otro estadio como el Unico Madre de Ciudades, altivo templo que vociferaba la melodía “como nos enseñó Zubeldía”. Por empezar, nunca vi tantos micros juntos, y esa espalda de alegría tenía atrás el dolor de un dinero escasos, en un país en seria crisis, agravada por el fin de mes. “Desde chiquito te vengo a ver”, se canta, cuando el operativo policial irracional demora y desvía los trayectos. Llegaron todos, con desvíos, requisas con perros, y alguna escena humorística arriba de un micro.
—¿Ustedes son hinchas de Estudiantes?, preguntó un policía.
—No, somos pescadores.
Todo tranquilo, la mejor medicina cuando se hace carne el “solo contra todos”.
Estuve entre la gente, en una combi que alumbraba la ruta a oscuras al igual que los 102 micros que el Club fletó y otros 50 doble piso que salieron desde la Catedral. Por el cielo iban los afortunados viajeros que aterrizaron en aeropuertos de Tucumán y Córdoba, con algún caso increíble, una familia tipo que salió de su casa en CABA, avión a Córdoba y remís a Santiago. Como sea, los que pudieron, fueron con la consigna de siempre en las finales: “ganar, lo único que importa”.

La salida de los equipos.


En Santiago del Estero, una capital donde abruman la falta de oportunidades y donde a un dios moderno se le ocurrió un Estadio europeo inaugurado en 2021. Y los santiagueños, que reclaman cloacas, ya han visto jugar a Messi, y ahora a Enzo Pérez. La mayoría del lugar puso el corazón en el Pincha. Estudiantes tiene en Santiago a la Filial José Hugo Medina, uno de los defensores de la era Zubeldía. El fútbol es siempre la esperanza latente de estar mejor. El desarrollo de semejante obra permite el “turismo deportivo” y dejó 3 millones de dólares con Estudiantes-Vélez por hotelería, transporte y gastronomía. Se calcula que en los treinta eventos que ya llevan realizados quedaron para la provincia unos 90 millones de dólares. En las adyacencias los chicos que nacieron pobres se acercaban a pedir algo, “cincuenta”, “cien pesos”, y un abnegado hincha del León se sacó la camiseta para dejar una ofrenda, una muestra de amor a un habitante de este pueblo.

La gloriosa gente de Estudiantes de La Plata.


Paramos en un predio, el Club de Softbol, y es una señal de que puede pasar lo mismo de Córdoba, ya que la espera la viví en un camping municipal cercano al Kempes, con otra cancha del clásico deporte norteamericano. Los nervios pueden impacientar. Un “vamos, papá” bien firme de una hija levantó campamento y arrancó Pablo De Luca (ex jugador pincha de la camada 62), que “concentró” el día anterior en termas de Río Hondo. Caminamos apurados, con la sensación de que podemos quedarnos sin lugar. Los fantasmas de la atestada tribuna de Platense. Pasamos un hipódromo a doscientos metros del Estadio que nos lleva a recordar a Zubeldía que gustaba estudiar las carreras de caballos. Por ahí va caminando Fernando Pietrantoni y es inevitable no pensar en el viejo, “qué diría Carlitos” (se nos fue hace tiempo) pero controla la emoción y avanza con la herencia de la sangre pincha, con León, Julián, Bastian, Ana, Santino y Cristopher.

Estudiantes ganó muchas finales y también las perdió. “Ganar o perder, en fútbol, siempre es un accidente. Lo que puedo asegurarles es que vamos muy bien preparados. Con fe de ganar, porque tenemos muchas posibilidades de hacerlo”, dijo una vez el maestro Osvaldo Juan Zubeldía, que vivió en Liniers, el barrio de Vélez, donde también tuvo su infancia Eduardo Luján Manera, otro prócer de la familia estudiantil. La voz de un pibe oxigena el cuerpo cansado, cuando faltan dos horas para que saquen del medio. Juan Sebastián González Pernas: “Yo nací en 2008 en Buenos Aires, mis padres se conocieron a la salida de un Vélez-Estudiantes, un partido que ganamos 1-0 con gol de Ortíz; a los dos años nací yo, rapidito”, se ríe.

Los Pietrantoni, quinta generación de Pinchas Campeones.


Compartir con los hinchas enseña. Ellos juegan a su manera, con sus canciones, sintiendo que trabaron junto a Mancuso. Y no hacen alarde de sacrificios, como Enzo Rivarola que lleva 1000 puntos en el ranking de socios y debió tomar una ínfima pastilla para que el movimiento de la combi no lo descompensara en 28 horas de viaje, el Enzo que a los 16 años vio al tocayo beber el primer sorbo de campeón de América 2009.
Ese hincha común no debe saber que aquí en Santiago nació su arquero Matías Mansilla, en Los Juríes, al sur de la provincia, nombre del pueblo que obedece a una tribu que fue extinguida por completo por los conquistadores españoles. ¿De qué se vive en Los Juries? Las mujeres son artesanas teleras, y “por medio del hilado y tiñéndolos las teleras se ganan la vida”, cuentan en una platea, que precisamente lleva colores en alusión a la tradición. “En Santiago los gobiernos hacen para su conveniencia, y en la capital incluso no tenés trabajo a no ser que seas policía o docente”. Otra mirada, es la que sostiene que “para el crecimiento y las aspiraciones de un pueblo se debe invertir y está muy bien esta inclusión en el marco deportivo”.

Santiago Martínez y Mariano Traft en la previa.


Osvaldo Rao, de la audición “El Fortín de Vélez”, el único hombre que vio los 17 partidos de su equipo, achica la distancia con la otra tribuna. Por whatsapp me dice a sus 52 años que no sabe cómo dejar de seguir a su amada V y que habló “con muchos Pinchas que me crucé en meriendas, almuerzos o cenas en un ámbito de camaradería. Y hay muchas similitudes entre los dos clubes, lo familiar, la corrección, el lugar de pertenencia”. Tanta trayectoria como Rao en los micrófonos tiene en las radios de La Plata Claudio Fortunato, quien a los 65 años bancó semi y final con un recorrido de 3.900 kilómetros, intercalando además un poco el volante de la combi con su hijo Mariano. El año que viene cumplirá 40 temporadas al aire con el “Fortunato Gol”.
Dos escuelas magníficas se enfrentaron cual pelea de boxeo con título en juego. El pugilista joven y sediento del batacazo ante el veterano que ostenta el otro cinturón nacional (campeón de la Copa Argentina). Llegaron a hacer cuatro rounds parejos, acertando una piña cada uno. Tuvieron que medir quién era mejor en “las tarjetas”… los penales, que no son lotería. Se estudia, se entrena.

En el exacto momento que busco el baño antes de las ejecuciones, una señal más, un puñado de niños abrazado por un hombre que dice “soy pariente de Mati Mansilla”. Recuerdo la figura de hombres y mujeres, una se tapa con la capucha y de una mano saca los dedos en forma de cuernos. Otro miraba el cielo pero no para buscar aire (como la tremenda noche en Vicente López, por los Cuartos) sino para alzar su plegaria, una ayuda divina. “Perdí noción del tiempo y el espacio”, expresaba Jonatan Funes, el hijo del recordado “Pachi” Funes —nombre con la que se bautizó la cancha de Everton—. “Parecía que se nos iba, pero vos sabes que siempre tenemos gente arriba que nos cuida”, se convencía Iván Abelleira sobre la razón de haber traído la Copa. En el extremos de los nervios cuando pateó Cetré “no miré, porque recordé que lo mismo hice contra Boca cuando le tocó tirar al Negro”, contó su ritual Mariano Traft, sangre rusa y polaca, nacido en 1977 en La Plata. La aventura de 30 horas de viaje se resolvía en 9 minutos y 40 segundos, el tiempo exacto que pasó entre el primer penal de Vélez y el último de Zuqui.

"Los Mansilla".


Ahora vuela de felicidad por el césped y de cara a las tribunas Matías Mansilla al que el destino le reservó el papel de héroe en el final de la película, donde se consagra en la tierra natal, que dejó una vez de chiquilín empujado por las necesidades de la familia que se radicó en Libertad, Buenos Aires. Me acordé de un dirigente de Midland que siguió su crecimiento desde Octava con el buzo celeste que le dimos en el club, “siempre fue tranquilo para los penales”, me advirtió después de Boca y me sirvió para pasarlo de boca en boca y darle confianza a los que me rodeaban. “Fijate bien, mirá los movimientos de las piernas de Matías”. Aunque los dos primeros de Vélez fueron misiles, después saltaba como un conejo y desviaba. Comprendí que Diego Aciar, aquel hombre de Libertad, tenía razón. De alma en alma, entre miles de cabezas, se entienden los de adentro y los de afuera, “sabes… todo lo que siento”. Este campeón fue sufrido y volvía a sortear una tanda de penales, llegando al mata-mata, uno y uno. Por eso, la alegría fue semejante al inconmensurable estadio Madre de Ciudades.

Otros dos de apellido Mansilla —sin parentesco con el nuevo ídolo— se abrazan y en el fondo de sus ojos está el recuerdo de Ramón Esteban Mansilla, que los dejó un día de 1996 después de trabajar tres décadas y agradecer todo lo que fue a Estudiantes de La Plata. Un hombre oriundo de Añatuya, la ciudad santiagueña que cada enero tiene su festival de la Tradición. Don Ramón Mansilla, nombre que hoy lleva la utilería del fútbol amateur en el Country de City Bell.
Su hijo Gastón Leonardo Mansilla, a los 50 años es campeón otra vez, y la responsabilidad que le transmitió el viejo, en este caso, para llevar los trámites administrativos de este plantel. Y Leo revolea el puño al ver a su sobrino Jonatan Damián Mansilla, que lo saluda desde la platea baja detrás del banco donde estuvo “El Barba”. Jona es utilero de las divisiones juveniles, tal como lo fue su abuelo. “Trabajo en el club, no me gusta molestar, pero esta vez sentía que tenía que estar. El sábado a la noche volví de Junín donde jugaron los pibes, agarré el auto y llegué a Santiago”.

Leo y Jonatan Mansilla con el Trofeo.


La desolación en el sector velezano marcada la otra cara del fútbol. Salí entre la multitud que lleva una identidad cada vez más valorada en la Argentina, Estudiantes. Innumerables vendedores ambulantes ofrecían lo que tenían a mano para hacerse unos pesos ante 30 mil personas que pasaban cerca de sus casas; mujeres con bebés en brazos ofreciendo comida y bebida, chulengos modestos con comidas típicas, y hasta jóvenes pidiendo colaboraciones para costear sus estudios. Ese Estadio que nos cobijó quedaba atrás y con ello una realidad distinta al fútbol profesional.
Acaso el fútbol sea una burbujeante felicidad que se evaporará un rato después de los triunfos de un equipo, pero éste resultado es el que correspondía a una final y nunca es un simple alivio temporal. Las mejillas se suelen llenar de lágrimas y del alma brotan recuerdos. Y algunos momentos de este 5 de mayo de 2024 quedaron grabados en el corazón, con la misma firmeza que las letras graban el metal de un trofeo.

Gabriel Alejandro López


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